«The joy of singing» y la cita con el artista

Desde hace un tiempo se habla en el campo de los cantantes de esta escuela New Voice Studio, fundada en Italia por dos señoras que se dieron cuenta de que la forma que tenemos de cantar hoy en día, tanto en el pop como en la Academia, se basa en la tensión de los músculos y tiene terribles consecuencias a largo plazo. Eso con respecto a lo físico, pero también hablan mucho de que se debe recuperar la facilidad, la elegancia y «the joy of singing», que yo traduzco como LA ALEGRÍA DE CANTAR.

Se pregunta uno, ¿cómo es posible que se haya perdido el placer y la alegría de cantar? Es sencillo, cantar se ha vuelto una especie de deporte competitivo en el que se espera que un cantante demuestre gran poder: con un volumen muy fuerte, llegando a notas muy agudas con la voz de pecho, haciendo agilidades o melismas, etc., pero también, en un nivel menor, sonando como se espera que suene para determinados géneros, porque hay modas y sonoridades para el pop, el rock, la ópera, pero también para las músicas típicas colombiana, mexicana y así. Y es probable que cada voz única tienda hacia alguna de estas sonoridades naturalmente, pero eso no debería ser obligación ni atadura para nadie.

Por mi parte concluyo que la mayoría del tiempo no estoy disfrutando al cantar. Cuando canto música sacra en ensayo o en la misa, lo estoy haciendo como una máquina la mayoría de las veces, tratando de que cada nota salga bien, sin pensar en la intención de la música que está sonando, o peor, en el texto que estamos diciendo. Y ya no me sé casi canciones fuera de este ámbito, me sé las últimas canciones que me aprendí hace 10 años con las que ya no me identifico mucho, pero que además, las quiero cantar forzando mi voz de pecho lo más posible, tratando de hacer el belting que ya no puedo hacer, y que según las señoras maestras italianas, no es saludable.

Por otro lado está la «cita con el artista», un hábito que encontré por ahí en una especie de libro de autoayuda para creativos (que no me terminé porque me pareció un poco esotérico), que consiste en agendar un tiempo para uno estar con su arte, ya sea para inspirarse o para ejercitarse en él sin presiones, todo con el propósito de mantenerse motivado y productivo. Empecé a implementar mis citas haciendo ejercicios de composición, que no estaba mal, sin embargo, un día que me puse a tocar y a cantar mis propias canciones, entendí que me siento más motivada y más conectada con mi artista cuando CANTO lo que he escrito.

Tocando y cantando mis propias canciones SIEMPRE experimento el placer y la alegría de cantar, pues por lo general es el nivel de dificultad y el registro que me dicta mi organismo, y soy yo desahogándome, expresándome, hablando de lo que siento o pienso o me ha impresionado. La comunicación, que es la principal finalidad del canto, es lo más fácil posible cuando canto mis canciones.

Tengo pendiente aprenderme unas cuantas nuevas canciones para cantar en mi tiempo libre con las que me identifique mejor y pueda usar la voz que tengo ahora; pero también quisiera hacer el ejercicio de cantar de forma más sencilla la música sacra, sin pensar en cómo me está sonando esta vocal, cómo estoy coloreando, y otras cosas así, sino pensando más en el significado del texto y el movimiento de la música.

Se me ocurre que… Es como si hoy en día el cantante cantara para sí mismo, no para los demás.

La armonía como resultado y no como punto de partida

Uno de los conocimientos más importantes adquiridos en mi formación musical ha sido la teoría de las funciones armónicas: Tónica, Subdominante y Dominante, y todo lo que de allí se derive. Me resulta tan lógico y tan fácil distinguir las funciones con el oído para encontrar la dirección de la música, que lo utilizo para todo, incluso para solfear Canto Gregoriano, así no sea tonal sino modal. Sin mencionar que para cantar en coro me ayuda muchísimo: Yo soy soprano, y por lo general canto la melodía de las piezas, pero en los ensayos ayudo mucho a los bajos con su voz porque su línea es la que indica el movimiento de la armonía en cuestión de funciones.

También aprendí a armonizar según las funciones los consabidos corales de las clases de armonía, y a sacar el acompañamiento de las canciones que suenan en la radio en un minuto. Incluso así es como componía al principio: buscaba una progresión de acordes que me gustara y de ahí sacaba la melodía.

Pero el primer sábado de este mes asistí a un taller impartido por la Capella Pratensis, una capella de los Países Bajos que se dedica a interpretar música de los siglos XV y XVI; en el que, no sólo leímos una pieza polifónica directamente de una foto del manuscrito original, sino que probamos algunas técnicas de dichos siglos para armonizar canto llano. Estas técnicas incluían recursos como cantar una quinta arriba, o una tercera abajo, y añadir cadencias.

El lunes siguiente, cuando tuve el tiempo, abrí mi Musecore, busqué cualquier antífona y probé las técnicas. Luego, para refrescar el asunto de las cadencias, me remití a este video:

Me di cuenta de que estaba haciendo algo que ya sabía hacer, con la teoría del bajo cifrado, pero desde un enfoque completamente horizontal, melódico. Es decir, ya no estaba pensado en la música como bloques, sino como líneas superpuestas, y al armonizar así, la progresión que resulte será un mero accidente…

No sé, para mi cerebro de este siglo, criado con guitarras, y Música ligera, esto no tiene precedente.

Cuando escucho una melodía, o la compongo, debajo siempre escucho la armonía, me es muy difícil no hacerlo (otra cosa es aterrizarla y escribirla, que puede tomar más tiempo). Nunca se me habría ocurrido ir voz por voz, juntar todo y luego ver qué resulta.

Pero esperen… Aunque ahora que lo pienso, eso es el CONTRAPUNTO.

El contrapunto, esa parte de la teoría musical que nos vendían como un conjunto de reglas estrictas e injustificadas irremediablemente amarradas y limitadas a una época… Pero cómo se enriquecerían el oído, la interpretación y la composición de pensar más en los juegos entre las voces…

Gracias a la bellísima polifonía del Renacimiento y a los duetos para tenor y soprano o soprano y alto, pensar más horizontalmente es algo que ya he comenzado a hacer, ya empiezo a ver más cómo líneas bellas y complejas por sí mismas interactúan sin necesidad de servir a un acorde o progresión. Eso sí, jamás descartaré mi oído de funciones, porque me parece que ambos enfoques se complementan.

A veces pienso que contemplar una pieza musical sabiendo el orden y el arte que sirven a que sea tan sublime, ya es razón suficiente para vivir.

La evolución musical de mis Semanas Santas

Mientras la mayoría de las personas están pensando en descansar esta semana que comenzó, mis colegas cantantes litúrgicos y yo estamos pensando que descansamos de un trabajo para poder desgastarnos en otro muy pesado, pero reconfortante y único en el año. No sé si para ellos sea igual, pero yo siento que vivo para la Semana Santa, es mi momento favorito del Año litúrgico. La riqueza en cantidad y contenido de los cantos, la forma en que estos son parte integral de la liturgia que es tan bella… Pero esperen… Estoy hablando de la Misa Tridentina. La Semana Santa ha sido exaltada y vivida con fervor desde mi infancia, pero no siempre fue como la voy a cantar este año.

Desde niña pertenecí a un grupo apostólico juvenil del que mi mamá había sido miembro fundador, y apenas se enteraron allí de que mis hermanas y yo cantamos, nos pusieron a cantar las misas. Cada Semana Santa durante 10 años la pasé de retiro con este grupo, y cada día lo cantamos con guitarra, riffs de pop o rock y voz de pecho. Y cada año era difícil decidir qué cantar, porque a pesar de que conocíamos muchas canciones de parroquia, y teníamos un cancionero «litúrgico», eran contadas las letras de canciones que se ajustasen a los momentos tan sublimes que conmemoramos. Pero tampoco era que nos importara tanto… Entonces terminábamos cantando las mismas dos canciones y el mismo «ordinario» los 3 días. Quisiera agregar que todos los del grupo íbamos a las celebraciones con «pinta de retiro», es decir ropa cómoda como jeans, pantalones de tela gruesa, chaquetas de sudadera, y así… Sin arreglarnos ni un poquito.

Luego falleció el sacerdote que nos dirigía, y no hubo cómo continuar el movimiento, que de por sí llevaba agonizando los últimos 3 años. Muy oportunamente conocí a mi actual esposo en ese momento, y él me llevó al Coro Polifónico de la Catedral Primada de Colombia. En este coro canté por primera vez Canto gregoriano (la misa de Ángelis), y conocí cantos en español que de hecho eran traducciones de algunos de los propios en latín. El coro era de aficionados, y yo, como recién graduada de Canto jazz y composición contemporánea, no era diferente de los demás: Era muy vaga la idea que tenía de cómo colocar la voz para esa música más «clásica», y todo el repertorio me era nuevo, TODO, yo que llevaba 10 años cantando misas… Usábamos unas albas color beige, y esto obligaba a cuidar la forma de vestir: debíamos llevar la parte de arriba blanca o beige, y la parte de abajo negra, sobretodo los zapatos. De repente, el día en el que más elegante me vestía era el domingo, y así ha sido desde entonces.

Después llegó el tiempo de Philokalia, un coro que formamos con amigos del barrio que tenían inquietudes espirituales similares a nosotros, porque para este punto, ya conocíamos la misa tradicional, pero mientras a mí me daba igual, mi novio (esposo) ya había quedado flechado por siempre y no se aguantaba una misa «normal». Estos amigos habían tenido la oportunidad de aprender más sobre Canto gregoriano, y conocían algún repertorio de lo que llaman Música Antigua. Con apenas nociones de las cosas, nos lanzamos a sacar partes del propio en gregoriano y polifonías del Renacimiento para la misa del Jueves Santo de 2017, el año que estuvimos juntos. Era la misa normal (novus) de una parroquia, y trabajamos muy duro para cubrir todos los momentos con la mayor solemnidad posible. Por primera vez la Semana Santa se sentía grave, misteriosa, SANTA, y me sentí verdaderamente útil, parte de algo más grande. Desafortunadamente nos separamos por cuestiones de miseria humana.

En 2018 cantamos Jueves y Viernes Santo con organista y coro de solistas, también misa Novus Ordo, con un sentimiento similar.

Pero no fue hasta 2019 que entendí el asunto del Propio (seguro mis amigos ya entendían, y mi esposo definitivamente lo comprendía). Es decir que para cada día del Triduo y del año, los cantos ya están dados, con textos que hacen parte integral de la Liturgia. Entendí esto en la Schola gregoriana de mujeres a la que ingresé, pero con la cual preparábamos un concierto con la Semana Santa como tema. Los propios que preparaba con ellas no los canté en la Semana Santa real de ese año, solo algunos y en polifonía, en obras corales grandiosas post-románticas y contemporáneas que combinaban perfectamente con la atmósfera decimonónica de la Catedral, pues de nuevo habíamos regresado a ella, esta vez como parte de la Capella, el coro semi-profesional.

Pero la pandemia acabó con la Capella, y nos vimos huérfanos, viendo la Semana Santa por transmisión de YouTube, pero no Novus Ordo, en Misa Tridentina. Como ya estábamos casados con mi esposo, leíamos el misal juntos y cantábamos los propios y ordinarios. Perseveramos en escuchar solamente la Misa Tridentina, y en luego asistir, hasta que nos invitaron a hacer parte del coro de la Capilla de la misa tradicional, y ahí estamos. Es impresionante la cantidad de momentos que se deben cantar cada día del Triduo, lo bien escogidos que están los textos, y la sensibilidad de las musicalizaciones, tanto en polifonía como en canto llano. En esta misa todo invita al recogimiento normalmente, pero en Semana Santa se me traspasa el corazón con Jesús y María Santísima, y me dan deseos fervientes de cambiar, de mejorar, de corresponder a ese Sacrificio tan enorme y sublime. Me dan ganas de Cielo.

Ahorita estuve separando las pintas para cada día de esta semana, porque tienen que ser mis mejores galas (pero con las que pueda andar cómoda en Transmilenio, claro).

Orfeo y Dionisio, dos caras de la música

He estado leyendo un libro bien gordo que tenía guardado desde antes de entrar a la maestría llamado «La estética musical desde la Antigüedad hasta el siglo XX» de Enrico Fubini, que es un recorrido de cómo se ha entendido la música filosóficamente a lo largo de la historia. Aún no he terminado todo lo referente a la Antigua Grecia, pero ya hay algo que me ha dado mucho en qué pensar, y es esa relación de opuestos entre la música según el mito de Orfeo, y según el dios Dionisio.

El autor llama la atención sobre una especie de obsesión que se tuvo mucho tiempo por demostrar cuál de las dos concepciones de la música, o incluso instrumentos usados por ellas, es superior MORALMENTE (no técnicamente, moralmente).

Resumo en qué consiste la dicotomía:

ORFEO es la música para lira y canto, poesía y música combinadas, si se quiere. En este mito la música no solo sirve para dar placer al oyente, sino que tiene un poder sobrenatural… Hay algo en ella oscuro, trascendental, misterioso. Es como si la razón, que es la letra, viajara en un vehículo de fantasía, que es la música.

DIONISIO es la música para flauta, la música instrumental, la música por sí misma. Es la música que estimula las pasiones, que causa un placer tal al cuerpo que lo mueve a la danza. Incluso creo que el virtuosismo entra en esta categoría por ser la exaltación de las posibilidades técnicas.

Orfeo es contenido, sereno, pensado; mientras que Dionisio es impetuoso, enérgico, espontáneo. Orfeo para los griegos, triunfaba en la ciudad; Dionisio y su asociado Pan (el de la flauta de Pan) son más bien pastoriles, asociados a imágenes del campo.

Y bueno, es que después de ver en qué consiste cada corriente, es difícil no tomar partido porque uno siempre tiene sus preferencias. Pero supongo que es como con los extrovertidos y los introvertidos, ninguno es mejor que el otro, ambos son necesarios para desempeñar distintos papeles en la sociedad.

Si me conocen ya habrán adivinado que soy más del lado Orfeo, y eso que estoy poniendo a un lado la música sacra… Estoy hablando solo de la música a la que tiendo para entretenerme o la que resulta de mis propias composiciones. Claro, es que yo misma soy cantante, los instrumentos que toco me sirven para acompañarme, y la música para mí siempre ha ido estrechamente ligada a la poesía.

Me llamó la atención que hicieran esa relación «Orfeo-ciudad» porque alguna vez estuve muy aficionada a José Asunción Silva y a los poemas (para adultos) de Rafael Pombo, ilustres figuras de la poesía colombiana que no obstante vivían ya en un mundo muy cosmopolita. En esa ocasión había sacado la conclusión de que la poesía en este país estaba más relacionada con la ciudad, mientras que la prosa era siempre sobre el campo. Y es que a pesar de que admiro la belleza del campo, y envidio la vida rural, soy citadina, y más específicamente bogotana hasta la médula. Siendo honesta conmigo misma, no podría con la vida rural desde muchos aspectos.

Adicionalmente, pienso que NO toda la música con voz es Orfeo, y NO toda la música instrumental es Dionisio. Hay música con voces que no dice nada particularmente y que está hecha para bailar, y también hay música instrumental que es tan sensible y elocuente que parece que comunicara algo muy específico.

¿Qué piensan de primerazo de esta idea de los griegos? Me gustaría saber.

«The Beatles: Get back», pero ya tengo 30 años

Tengo 30 años actualmente, la edad que rondan los Beatles en este documental. Ya algunos están casados como yo, y el frenesí de los 20 se está aplacando. Hemos estado aquí y allá en la música, y ya la comprendemos y la controlamos bastante bien. Digamos que la gran diferencia entre ellos y yo es la fama y la fortuna… Entre otras 10 cosas…

Escucho canciones de los Beatles desde que tengo memoria porque a mi papá le encantan, y tiene, si no todos, casi todos los álbumes. Hasta recuerdo una anécdota de mi infancia en la que le pedí que quitara el «Carmina Burana» de Orff, que me estaba asustando, y él lo remplazó por los Beatles, así que esa noche, a mis 6 o 7 años, por fin pude dormir tranquila. Pero a pesar de que estuvieron de fondo durante mi infancia, nunca desarrollé un interés particular hacía ellos, solamente me sabía sus nombres como cultura general, y en mi adolescencia me aprendí «Yesterday» y «Let it be» porque eran clásicos que había que saberse.

Más tarde llegó la película «Across the universe», que puso a los Beatles en el mapa para las nuevas generaciones, y simultáneamente, mi hermana se aprendía «Blackbird» en la guitarra y la cantábamos una octava arriba. Pero no me volví fan de ellos, es más, llegué a hartarme de su nueva popularidad y decidí que no me gustaban.

En mi primer trabajo como profe de canto en una academia de música, se nos pidió a todos los profes que montáramos un medley de los Beatles para el concierto de semestre, porque el tema general del concierto eran los Beatles. Pues entre las canciones del medley y las canciones que cantaron mis alumnos, yo me convertí en una especie de rocola de los Beatles y ahora me sé por lo menos un pedazo de todos sus éxitos, lo que supuso una reconciliación con ellos, sorprendentemente.

Sigo sin ser fan, aunque les gané muchísima simpatía después de este documental. Este documental desintegró la masa «Beatles» para mí y me mostró 4 personas diferentes, con choques, problemas y esfuerzos de condescender desiguales, finalmente con caminos creativos y personales tan distintos, que no podían seguir juntos.

Antes del primer episodio, George Harrison no existía para mí, pero después, me leí su vida entera en la Wikipedia, y escuché una lista de canciones imprescindibles de cuando fue solista. Qué persona tan interesante y con la que me podía identificar tanto: introvertido y de fuertes inquietudes espirituales, de bajo perfil y que le cuesta hacerse notar al lado de los tan llamativos Lennon y McCartney.

Después del segundo episodio ya estaba yo googleando los tipos de personalidad Myers-Briggs de cada uno de ellos, porque los roles eran más o menos claros, pero las dinámicas complejas. Por ejemplo, sentí que Lennon y McCartney se leían la mente, pero mientras Paul daba órdenes y tenía más iniciativa, se hacía lo que John permitiera. Eso sentí… No es que tenga que ser cierto. También quedé asombrada de lo buen cantante que es McCartney, mucho mejor que los demás. Ringo era una persona fácil de tratar que no ponía mucho problema por nada, al contrario, se le veía muy a gusto contemplando lo que pasaba entre los otros.

Al terminar el último episodio tuve que ponerme los audífonos buenos y escuchar el álbum que grabaron en el documental: «Let it be», que está lejísimos de ser el favorito de mi papá, según me ha dicho. Lo entiendo, no todas las canciones son hits, por ahí tres me fascinaron. Sin embargo, la experiencia de escucharlos fue muy distinta esta vez porque distinguí la voz de cada uno, me fijaba en la batería pensando en Ringo, en la guitarra pensando en Harrison, en los teclados pensando en Billy Preston, y así con todos. Yo, que soy un lobo solitario, me sorprendía de que personas tan diferentes pudieran sacar un producto tan genial, pero a la vez entendí porque tenían que separarse…

No sé. Creo que fue el momento perfecto para profundizar en la vida de esta banda, porque pude verlos un poco reflejados en mi vida.

Serenamente- Canción original

Cada vez encuentro menos el tiempo y la inspiración para escribir canciones, y esta, «Serenamente», es la última en la que el texto es mío. Recientemente me he aficionado a musicalizar textos de otros. Y es que esta letra fue escrita a pedazos, y luego unida bajo este motivo de piano, que quería que sonara clásico y simple, pero melancólico.

Tanto el texto como el motivo surgieron de un momento oscuro, cuando me agobiaba la tristeza y sentía que no podía más con la presión. Es interesante volver a ese periodo de mi vida, hace unos cuatro o cinco años, justo antes de casarme, en el que las dificultades de la vida no hubieran sido tan abrumadoras, si no tuviera yo personalidad de buena estudiante, que siempre quiere que todo le salga bien. Estaba muy sensible, todo me afectaba profundamente, y yo misma me fui aislando y alejando cada vez más de mi familia y amigos.

Aquí estoy, soy yo. Un pensamiento, una emoción.

Hago un recuento, siento en mis dedos un cosquilleo.

La compañía de personas que no fueran mi actual esposo se me hacía insoportable, en todo lo que decían encontraba algo que no me gustaba, o que me dolía, y solo encontraba paz en la soledad. Y esa soledad era tremendamente consoladora, así que me aferré a ella.

Pero luego fui sanando con ayuda de la oración y las cosas fue mejorando, aunque no como me hubiese imaginado, y comencé a ser muy feliz. Era felicidad con mucho más poco de lo que pensé que necesitaría. Así que volví a querer compartir con personas, pero cuando regresé me dio la impresión de que ya había perdido mi lugar. Incluso mis alegrías parecían no ser compartidas sino por muy pocas personas, y sentí de nuevo que no era suficiente.

Nada de lo buena que soy ha sido mío nunca,

es por eso que estoy serenamente resignada.

La vida ha seguido, y he tenido la oportunidad de mejorar mucho con lecturas, terapia, y experiencias… Y un buen día comprendí dos cosas que me liberaron muchísimo:

  1. Que no tengo porqué llenar las expectativas de nadie en este mundo. La vida es muy satisfactoria solucionando uno por uno los problemas que se presentan, creciendo como persona con ayuda de Dios para en últimas ir a verlo a Él, y embelleciendo como puedo lo que me rodea; porque si alguna vez di señal de que sería exitosa, carismática, interesante, es porque Dios me dio esos dones, y luego, quiso tal vez esconderlos o herirlos de muerte, por mi bien, para tenerme para Sí. Si mi conciencia está limpia, ¿por qué voy a dejar que me afecte lo que se habla de lo que fui o no fui, hice o no hice?

2. No hay nadie en este mundo que no tenga miserias. No me cabe duda de que mi familia y amigos tienen sus propias miserias, todos luchamos con algo, se note o no, y todos de vez en cuando sabemos herir, con o sin intención. Entendí que si pretendo complacer a todo el mundo haciendo a un lado mis convicciones, puede que esté cediendo a la miseria de alguien, en detrimento de mí misma.

Es por eso que estoy finalmente, Serenamente resignada.

5 años, 3 miradas, en retrospectiva

Una reflexión que hice en el 2019.

Hace 5 años casi exactos recibí mi diploma de Músico. Lo recibí agotada físicamente, y con la sensación de que había tomado la decisión equivocada al elegir los énfasis que elegí: canto y composición. 


El último año de carrera mi desempeño no había sido muy bueno, y pensé que no sabía componer, y recién me gradué me di cuenta de que mi técnica vocal no era perfecta. A pesar de estar conflictuada e insegura de mis habilidades, me vi obligada a lanzarme a la vida profesional. 


Comencé dando clases particulares, también en una Escuela de Artes y cantando en un coro de música sacra de aficionados. Yo me veía a mí misma con desconfianza, y sólo deseaba solucionar mi vida personal, profundizar en mi espiritualidad, aliviar mi salud. Era un tiempo de transición en varios sentidos, y no se me había ocurrido retomar mis sueños, pensar a dónde quería llegar con mi profesión. 


Una segunda mirada se adicionaba a mi propia mirada introspectiva. Se trataba de algo que crecía como una sombra abrumadora que entorpecía mi visión: los inclementes juicios de mis familiares. Y no digo que esté mal preocuparse por las generaciones más jóvenes de la familia, y tampoco le veo nada de malo a la forma en que mis padres, tíos, abuelos y primos llevan sus propias vidas; sólo sé que ha sido muy duro cargar con la pretensión de que un oficio no ordinario funcione dentro de los parámetros de las profesiones más ordinarias. 


Sentía mucha presión, debía conseguir algo «estable», es decir: Un empleo de tiempo completo, bien pago y con prestaciones de ley. 
Pero a la vez no tenía idea de dónde buscarlo, porque no tenía claridad de qué quería hacer, o simplemente de qué se podía hacer. Pensé que el campo desde el que podría encontrar un trabajo así con más facilidad era el de la Musicología, y por eso me fui a hacer la maestría en Musicología en el exterior. 


Unas vez lejos de mi tierra y mi gente, vi clarísimo de nuevo que lo que me realizaba, lo que me permitía ser yo misma plenamente era cantar y componer. No había cometido ningún error en mi elección, solamente era joven… ¡¡Cuánta mentira hay en pensar que de las Universidades salen profesionales hechos, terminados a cabalidad!! Si aún queda el resto de la vida para que uno vaya dominando su oficio…


Una vez de vuelta me dediqué a estudiar por mi cuenta, a poner en práctica lo que sólo conocía en teoría, a cantar y a tocar. La música se debe interpretar mucho para que uno pueda comprenderla. Muchas horas dediqué a mejorar mis habilidades en el teclado, en el canto, en la armonización, en mi escucha. Y también pude compartir un poco más de mi proceso y mis habilidades, porque una tercera mirada apareció: la mirada expectante de los extraños del internet. Ellos no me ven como me veo yo, ni como me ve mi familia, no hay nada más refrescante. 


Esta semana en ensayo de coro, me di cuenta de cuánto he crecido como cantante. Acompañando a un estudiante de canto, vi cuánto he avanzado como pianista; y al escuchar una pieza me di cuenta de que sé cómo componer algo así. ¡¡Y sólo han pasado 5 años, que en toda una vida son muy poco, casi nada!! Me gradué en mis 20s, y todavía estoy en mis 20s. 


Después de 5 años, sigo dando clases particulares y en una Escuela de Artes, y canto en un coro de música sacra. Los de la segunda mirada pueden creer que estoy estancada, pero yo no lo veo así, y me siento satisfecha. Ahora doy clases no sólo de canto, sino también de piano, teoría, y dirijo un pequeño coro; y el coro en el que canto ya no es de aficionados, es de profesionales. No cambiaría absolutamente nada de lo que ha pasado estos 5 años, así me implicara una deuda de préstamo estudiantil abrumadora, desacuerdos y lágrimas en abundancia. 


Sigo buscando un ingreso estable para poder pagar mi deuda, pero con toda la certeza de que soy Cantante y Compositora. No abandono la idea de un «empleo estable», pero sé que puede no ser mi única opción. La forma de ganarme la vida que la Providencia disponga es un misterio, sólo sé que aunque paguen o no paguen, yo seguiré cantando y componiendo.   

El Canto Gregoriano

Escribí este artículo hace poco más de 2 años, cuando aún no cantaba la Misa Tridentina. En ese momento no tenía que cantar los propios de las misas como ahora.

Supe que el canto gregoriano existía porque a mi papá le regalaron un CD con covers «al estilo gregoriano» de canciones populares de rock. Estos «covers» no eran más que las canciones cantadas por un grupo de hombres de una manera plana, sin articulación ni vibratto y al unísono. Luego lo estudié en la universidad en uno de los módulos de Historia de la Música, y no sólo no entendí nada, sino que no le puse interés dado que para completar, la literatura en la que se basó el profesor estaba en inglés. 


Quién iba a pensar que unos años después el Canto Gregoriano iba a ser un pilar importante en el ejercicio mi carrera. 

Cuando conocí la música sacra (el cuento más repetido de este blog), de entrada venía ahí el gregoriano, y una vez entendí a grandes rasgos la notación, tuve que apurarme a cantarlo porque era necesario y el director no se podía detener a explicarle uno nada. Se trataba de un coro grande de aficionados así que cantábamos despacio y más o menos con métrica las melodías gregorianas. En Inglaterra, en el coro de la parroquia, lo experimenté de la misma forma. 


Luego volví al país y entré a un coro de cámara que unos amigos habían formado. Hacíamos música antigua, es decir cantos medievales, polifonía del Renacimiento y Canto Gregoriano. De todo el repertorio, lo que menos me gustaba, sin disgustarme, era el Canto Gregoriano, y como un compañero lo conocía mejor que yo, él ponía el criterio de interpretación. No obstante, ese criterio que se nos antojaba un poco aleatorio, no nos convencía a varios de los integrantes, y por eso tratamos de estudiarlo. En el curso de este estudio entendí mejor algunas cosas, pero se me escapaba la esencia de la interpretación, nunca nos quedó claro cuál era la forma correcta de cantarlo. Ese desacuerdo junto con otros problemas socavó mi relación con el coro, y terminé saliendo de ahí. Durante un año no canté nada del repertorio Gregoriano porque le había agarrado una especie de rencor. 


A principios de este año, mi concuñada me pidió que acompañara al coro gregoriano de mujeres que contrató para cantar su matrimonio, y lo hice para complacerla. No del todo convencida y sin verdadera pasión entré al coro oficialmente después. Hace poco escribí aquí acerca de cómo debo restringir mi voz cantando con ellas. También en la Capella Cathedralis, la otra agrupación a la que pertenezco, hicimos la otra vez el Te Deum gregoriano. 


Lo que no vi venir es que con la pertenencia al coro de mujeres, venían las clases teóricas que la directora, oficialmente formada en este asunto, dicta mensualmente. Con dos clases ha bastado para que se me despierte una auténtica pasión, claro, porque las clases no intentan abarcarlo todo como nuestro estudio con el otro coro, sino que toman elementos separadamente. Y es que el Canto Gregoriano es vastísimo y complejo, y las cosas no son blancas o negras, como alguna vez creí. 


Adicional a la fascinación por la historia y la teoría, ya le he cogido práctica a la interpretación de tanto cantarlo, ya entiendo la música, entiendo sus movimientos y dinámicas mucho mejor, y ahora lo escucho mientras lo canto y lo paladeo, lo disfruto. El efecto, siendo el Canto Gregoriano la música sacra más perfecta, es como de limpieza: Cuando practico sola o ensayo con el coro, siento que los cantos me lavan, son como agua cristalina que fluye y se lleva malos sentimientos.


Ahora quiero utilizar más los Cantos Gregorianos cuando tengo que cantar sola o con mi esposo, y ya no les temo, ni me causan aprehensión, nada. Quiero aprender más para hacerlo muy bien. Ha sido un viaje curioso. 

Las sopranos en el jazz, los grupos a cappella y «ese brillito»

Siempre he sabido que mi voz es bastante brillante: no sólo nací soprano, sino que sufro de rinitis y mi voz siempre tira a la nasalidad. Sin embargo no me importa mucho, al contrario, la mayoría del tiempo me garantiza que me voy a distinguir de entra las demás voces, pero ¿es eso lo que quiero? Después de todo canto en un coro, no es «Laura y sus coristas de respaldo», debería colaborar para mezclar lo mejor posible. 


Ayer en la fiesta del Inmaculado Corazón, cantamos una pieza para coro de mujeres, y quise escuchar cómo había salido en la transmisión en vivo por YouTube. Mi parte no me salió muy prolija, pero seguí escuchando algunas otras piezas de la misa. No sé si es que en esta misa me excedí más que nunca, o que amanecí muy dura conmigo, pero detesté mi voz como nunca por culpa de ese «brillito». 


Recordé que a lo mejor el parlante del celular no estaba ayudando, y me puse los audífonos. Ese «brillito» lo describiría como una suciedad de frecuencias altas que tiene mi voz, como un rechinido metálico. Supongo que los audífonos mitigaron la sensación porque manejan un rango de frecuencias más amplio y se oyen los armónicos de abajo, que son débiles en mí pero cada vez están más presentes.  La cosa mejoró considerablemente, entonces me puse a escuchar grabaciones mías de varios años que no me convencían mucho, y caí en cuenta de algunas cosas. 


A pesar de que tengo bases muy decentes de canto lírico, lo que estudié en la universidad fue canto jazz, y aunque llevo años ya cantando música sacra, nunca he dejado de cantar en ese estilo por mi lado, ni tampoco he dejado de enseñarlo. Pero en el jazz el mecanismo que prima es la voz de pecho, y el registro de soprano no tienen mucha cabida en el género y sus derivados. Si aparece, es en la improvisación, o para ornamentar, y si se usa la voz de cabeza, rara vez es plena, y casi siempre nasal o CON AIRE. Hace unos años fui parte de un grupo que hacía covers de rock, soul y pop A cappella, es decir, sin instrumentos, emulando los instrumentos con la voz; y lo más natural para mi fue asumir la voz más aguda de mujer. La cosa era que para el estilo, esas notas agudas debían ser con aire, sutiles y no plenas, porque la voz más aguda era un efecto del acompañamiento, no la voz principal. Aquí está uno de nuestros temas: 
https://soundcloud.com/lasociedaddeltelescopio/jigsaw-folling-into-place

Ahorita que escuché algunas de mis canciones me gustó mucho mi voz, llena y calmada, pero en un registro medio DE PECHO, y las notas agudas CON AIRE. Y mis grabaciones de música sacra, con una voz de cabeza cada vez más plena pero un poco débil y sin control, con el «brillito» por encima en algunas vocales. Mi teoría es que el brillito resultó de la suciedad que tiene la voz con aire o falsete, que se mezcló con mi nasalidad característica. 

Según mi conocimiento imperfecto pensaría que puedo corregir el defecto levantando más el paladar blando y con un mejor apoyo del diafragma, y también sospecho que implicaría un programa de abstinencia de hacer vibratto y otros «adornos» (mañas), mientras aprendo a sacar un sonido redondo y parejo… Si alguien tiene otras sugerencias o explicaciones, bienvenidos a comentar. 

Acerca de la música

Escribí este artículo en el 2015, recién había empezado mi travesía con la música sacra.

Mi profesión es Músico. Estudié música en la universidad, con énfasis en Canto popular y en Composición. El programa de canto popular se basa en el blues y en el jazz, por lo tanto los géneros americanos son los que dominé mejor. En composición la inclinación es marcadamente contemporánea: me formaron en medios electrónicos y en otros recursos muy nuevos como la atonalidad y el indeterminismo.


Debo decir que a pesar de que mi personalidad es muy peculiar, muy característicamente mía, siempre tuve problemas con algo a lo que llamaré Identidad Musical. La música fue tremendamente importante para mí desde muy niña, mostré talento desde muy pequeña, como suele pasar en este oficio. Sin embargo, toda la música era tan hermosa que no vi la necesidad de discriminar. Toda en absoluto merecía de mi atención. La música que escuchaba mi papá me encantaba, luego un par de artistas y bandas de la radio, luego la música de mis películas favoritas de Disney. Me interesaba por tres o cuatro canciones de las que no salía durante un mes. 


Durante mi solitaria adolescencia compré algunos álbumes de Pop latino y rock británico. Canté bastante en el colegio: hice parte del Coro en primaria, y en bachillerato pertenecí a la Orquesta tropical y a la Estudiantina. La música popular era tan amplia y tan rica, que con ella tenía suficiente. A los 14 años comencé a tomar clases de técnica vocal, y a los 16 comencé con el piano. Canté muchísimos géneros distintos, siempre me las arreglaba para adaptarme a los estilos, como un pequeño camaleón vocal. 
Desafortunadamente para mi en ese tiempo, mi voz tiene algo muy propio que no se puede adaptar a muchos géneros por más que intente: es muy dulce y alegre. Tuve que renunciar a mi amado rock, pues jamás funcionaría. Conocí el reggae, y con el reggae comenzó una tendencia a la que quiero renunciar por completo. Mi primer novio escuchaba todo el tiempo reggae, era su vida. Desde antes de ser novios, cantaba yo en una banda con él. Mi estilo de vestir y de pensar se transformó para combinar y encajar ahí. Después entré a la universidad y fui buena estudiante, pero repetí ese comportamiento con los novios que le siguieron a este. Estuve de novia de un par de rockeros de estilos muy distintos, escuché bastante música académica contemporánea, y finalmente me dejé conquistar por ella y quise aportar entrando al énfasis de composición.


A pesar de que disfrutaba la música, no conseguía componer, no encontraba un alimento del que pudiese salir un producto original. Encontré un poco de consuelo con el folk americano, y la música andina colombiana, incluso con el rock británico de siempre. La música contemporánea jamás me fluyó con naturalidad, y me gradué forzando la creatividad, con una sensación de profundo hastío, casi odio, hacia toda la música. Ah, y sin novio.


Así me encontró mi novio actual. Ya no quería dedicarme a la música cuando nos conocimos, quería estudiar periodismo cultural, para poder disfrutar de espectáculos de los que ya no iba a participar de ninguna manera. Pero bueno, paralelo a la historia de amor, comenzó un viaje musical. Él me llevó al Coro de la Catedral, donde soy soprano.


Ay… La música sacra. Ojalá la hubiese conocido mucho antes. La música sacra no implica un estilo de vestir, ni mucho menos. Quien se cree el asunto, el estilo de vida, es equivalente a un Católico militante. Llegar a cantar Gregoriano, corales barrocos y corales románticos no es sencillo para quien improvisa blues, pero la pequeña camaleona vocal aceptó el desafío. Varias veces me tropecé cuando empecé a cantar en la Catedral. Muchas veces me dije que no servía para ese tipo de canto. Es muy difícil desaprender y remplazar una manera de hacer con otra, pero lo he ido logrando y ahora soy soprano solista. 


La música sacra, fuera de la Misa, me causaba una sensación extraña, a pesar de que en la Misa me fascinaba; pero mi rock y mi folk tampoco me satisfacían, ni me daban ganas de escucharlos, contadas eran las canciones que podía aguantar. Comprendí que la música sacra me enfrentaba con la pobreza de mi espiritualidad, me enfrentaba con mi espiritualidad. Resalto que fue la música sacra de verdad, para órgano y coro, no lo que se canta en las parroquias con guitarra y hasta batería. Eso nunca me gustó, ni un poquito.


Me dediqué a crecer espiritualmente dentro del proceso de conversión que comencé, y dejé a un lado lo de la identidad musical. Hace poco sentí deseos de componer un Ordinario para el Coro de la Catedral. No me presentó mayor dificultad, pero aún me falta el Gloria. Providencialmente fui a un concierto en el que unos coros cantaron el Gloria de Vivaldi y el de John Rutter. Aquella noche me acosté extasiada, profundamente feliz. Desperté a la mañana siguiente con la convicción de que la música es el lenguaje de los ángeles. 


El lenguaje de los ángeles… Hoy creo firmemente que debe haber una música exclusiva de los templos, y los estilos del mundo han de quedarse afuera. La música que nos confronta con la gloria de Dios, con su Palabra, con la Eucaristía, con nuestro propio interior, debe estar bien diferenciada del resto. Como compositora veo que lo más lógico y dignificante para hacer es componer Música Sacra. Es una tarea demandante y maravillosa, de estudiar y crecer, nada fácil ni de tomar a la ligera. Lo mejor que puedo hacer con mi profesión es componer y cantar esta música, difundirla, estudiarla y hacer que se estudie como un tesoro, no como algo obsoleto o que reprime.
No me imaginaba que en vez de encontrar mi identidad musical, lo que encontraría sería el servicio para el que fui requerida, servir desde mi talento a la RAZÓN DE MI VIDA.