El director de coro litúrgico

Uno de los pilares de la relación con mi esposito es cantar, y desde que nos conocemos hemos pertenecido a algún coro juntos. Pero no a cualquier coro, sino que siempre hemos buscado coros litúrgicos, pensados para cantar la misa si no todos, varios domingos al año.

Hago la distinción desde el comienzo, porque aunque es el mismo formato, un coro litúrgico es muy diferente a un coro de concierto, en el que se montan repertorios según un tema como la Navidad, o tal vez una obra grande como un oratorio o una sinfonía. El coro de iglesia prepara mucho más repertorio al año, algunas veces una o dos piezas para un solo día, porque los tiempos litúrgicos (Cuaresma, Semana Santa, Pascua, etc.) exigen diferentes textos y afectos en la música.

Es por eso que la dirección es tan importante, y hace tiempo que quería sentarme a reflexionar al respecto, porque con mi esposo hemos podido observar distintos estilos de dirección (incluyendo el mío, pues tuve la oportunidad de dirigir un ensamble por un año), y tal vez podemos iluminar con estos parámetros a coros que estén comenzando o no tengan muy claro su rumbo.

1. El coro es un grupo de personas, y es imposible que no haya jerarquía.

Donde sea que se junta gente, las personas van tomando distintos roles poco a poco. Mi esposo por ejemplo, era en la Catedral el tenor en el que se podía confiar, el que se aprendía su voz de memoria y la mantenía con firmeza así los demás se perdieran. Yo, firme también en mi voz, me fui volviendo un soporte para el director, ayudándolo a audicionar a los aspirantes por ser profesional en música. También hubo siempre una persona que, independientemente de sus habilidades musicales, se preocupaba por el bienestar de los cantantes (alimentación y que de vez en cuando hiciéramos dinero) y las cuestiones prácticas como vestuario y carpeta. Esta era la persona que traía ponqué en los cumpleaños, que recogía dinero para tarjetas y detalles, que se hablaba con los sacerdotes, etc.

Pero así como hay personas acomedidas y brillantes, tambi´én existían los despistados, los que iban de vez en cuando, y un grupo importante de personas prontas a hacer correcciones innecesarias, echar vainazos y hacer sugerencias no pedidas. Aunque aparecen personas conciliadoras, gracias a Dios, a veces la situación iba tan lejos que el DIRECTOR era el único que lograba terminar los conflictos con su indudable autoridad, y es que sí, la autoridad del director debe ser indudable y ganada.

2. La autoridad del director debe ser verdadera.

En la Catedral tuvimos la magnífica suerte de trabajar con dos directores extranjeros de grandísimo talento. A los dos la música les fluía maravillosamente… Cada uno certificado como organista y director de coros en Alemania, quienes, cuando tenían que cantar la misa solos, lo hacían sublimemente por su gran habilidad en el órgano, su perfecta técnica vocal, y la calidad de la interpretación. Nosotros como instrumento, no dábamos la altura de lo que ellos podían hacer, éramos como una flauta dulce de piñatería en las manos de un flautista profesional. Y ellos no lo disimulaban, era duros, nos regañaban, nos exigían.

Cuando la parte que exige es una parte que ya lo tiene todo, a la que uno no le puede reclamar, pues no queda más que tratar de dar lo que se pueda. En cambio, es muy frustrante que una persona que a duras penas canta su voz, o que se nota que no ha preparado el repertorio, o que no entiende la música tenga el título de director. Simplemente no nos va a dirigir a ninguna parte, más allá de lo que puede dar, y el resultado es que apenas todos cantemos nuestras voces y ya, nada más…

3. Dirigir no es solo aletear.

«1, 2, 3, 4» …. Dirigir no es solo marcar el tempo con los brazos. A eso en inglés le dicen «conducir», y es una tarea necesaria que requiere oído musical y coordinación, pero NO es dirigir.

Cuando viví en Inglaterra pertenecí al coro de la parroquia, una parroquia pequeña. La directora Carla era pianista, una pianista espectacular. Carla no era la mejor cantante del mundo, y de hecho ella no «conducía» mucho, el repertorio no lo pedía, pero cada mes nos entregaba a cada corista un paquete con las partituras que íbamos a necesitar y un programa hecho muy simple, en columnas, de cada misa del mes. En los ensayos, ella, dulcemente pero sin ningún signo de duda, nos iba diciendo que hacer, y así yo me metía por completo en la música y sacaba adelante el repertorio para cada domingo. Los ensayos eran muy eficientes.

Un buen director lo tiene todo planeado. Conoce a su coro, conoce cuál repertorio le suena y cuál no, sabe cuánto tiempo va a tomar montar cada pieza, y sabe guíar los ensayos de manera que se logre lo que se busca. Pero también conoce su templo: no es lo mismo la Catedral que una capilla, no es lo mismo una parroquia inglesa que una colombiana. En la Catedral cantábamos piezas post-románticas grandiosas que complementaban el tamaño y el estilo neoclásico del templo. En St. Edmund’s cantábamos los ordinarios a dos voces escritos por nuestro organista. Los párrocos pueden dar unas líneas generales de lo que quieren, pero su trabajo no es la música, y aunque tengan muchas ideas y caprichos, el trabajo del director del coro es aterrizarlos y ofrecerles una mejor alternativa, pero por eso el director debe tener muy clara la identidad y posibilidades del coro.

4. El director o directora es padre o madre también.

Hablando de Carla, ella me cuidaba mucho. Yo era la única extranjera en nuestro pequeño coro. De ese coro fue con la que más hice amistad, sentía que le importaba como persona, era maternal conmigo. Así también era mi profesora de coro de la universidad, supremamente maternal, con un deseo genuino de que también creciéramos como personas.

Los señores no se quedaban atrás, y con los dos directores de la Catedral también nos hicimos amigos.

No obstante, hay ocasiones en las que la amistad no es posible porque es mucha gente, o por el estado de vida del director, y aún así uno debe sentir alguna identidad. Si no hay una sensación de estar incluído o de ser parte de algo, uno se desmotiva. En mi experiencia esta sensación se logra de varias formas:

  • Con comunicados de afirmación: «Buen día coro, los felicito por su desempeño este domingo, recordemos para la próxima que esta pieza tal cosa…» etc. El director nos hace saber que hicimos nuestro trabajo, y eso es alentador.
  • Con una agenda clara. Nos recuerda con anticipación lo que viene porque le importa nuestra presencia y por eso quiere que nos organicemos para cumplir con los compromisos del coro.
  • Con un interés genuino por el crecimiento de los cantantes. Está pendiente de la situación de los integrantes del coro, tanto en sus capacidades musicales, como de su crecimiento personal y profesional. Aconseja y apoya a quienes necesitan mejorar su técnica vocal, aprovecha el montaje de las piezas para enseñar algo de teoría, busca la forma de que los cantantes sean recompensados por su labor, o al menos de aminorar las dificultades que el coro les representa.

No se trata de que uno sea un narcisita egocéntrico que necesita que le digan que es necesario, se trata de MOTIVACIÓN. ¿Para qué hacer parte de algo en lo que eres prescindible? Si las personas no están motivadas porque tienen la sensación de ser prescindibles, no se puede construir, ni crecer, la música nunca va a dar la calidad.

Y yo sé muy bien que la música en sí no es el fin principal de un coro litúrgico. Un coro litúrgico alaba, adora, y contribuye a bajar el Cielo a la tierra durante la misa. Sin embargo, hay personas que me han dicho que no se pueden concentrar en una misa mediocremente cantada, en la que hay muchos errores y poca delicadeza en la forma de cantar. La asamblea sabe cuando el coro se esmera o cuando tiene afán, o cuando canta de forma rutinaria. La asamblea sabe cuando el coro está estancado, aunque tal vez no lo sepa explicar.

Una vez esuché que un sacerdote había dicho que es muy difícil mantener un coro de iglesia. Estoy de acuerdo (sobre todo si no se les paga), por eso ser director no debe ser tomado a la ligera para nada, por eso los coros litúrgicos deben preguntarse seriamente: ¿es esto lo que le quiero ofrecer a Dios? ¿Es esto lo que puedo dar? ¿Podría dar más?