La Pascua y el modo mixolidio en mi oído.

Cuando Alan Menken compuso la banda sonora de «El jorobado de Notre Dame» (1996), acertó al irse tras el estereotipo del modo Dórico para dar la sensación de Canto Gregoriano, de Iglesia medieval. Si no tuviera yo esta banda sonora en mi oído porque me encanta, no me habría sido tan fácil en un principio solfear el gregoriano. También me ayudaron los ejercicios de scat para jazz modal, que me imprimieron especialmente el modo Dórico en el oído.

Es que dentro de los modos gregorianos, el primero y el segundo se parecen al modo Dórico. Cuando solfeo los otros modos lo que hace mi cerebro es buscar un centro gravitacional, una tónica, y literalmente orbitar «tonalmente» hacia ella, así no sea la Finalis del modo (es decir la nota de la que parte). Siendo así, el modo III, que parte de Mi, lo leo como si fuera Fa mayor, y busco Mi como la sensible, el séptimo grado. Incluso el acompañamiento que se estila en la Capilla en la que canto, armonizaría estos Mi del tercer modo con el acorde de Do Mayor, erradicando cualquier sensación frigia que uno pudiera tener.

Sin embargo, no es tan así para los modos con énfasis en Sol, que son por excelencia los modos VII y VIII, y para el IV, que se sirve mucho de Sol en ocasiones. Estos tres modos han sido hasta ahora los modos de la Pascua. Usualmente en estos modos se hace mucho énfasis en el arpegio de Sol mayor (sol-si-re), sin resolver a Do, y alternan muchas veces también con el arpegio de Fa mayor (fa-la-do), por lo cuál es imposible no sentir el modo mixolidio. En el caso del modo IV hay un énfasis en Do en ocasiones, pero el mismo juego melódico que describí para los otros modos está también presente.

Pero es que además el modo Mixolidio es otro estereotipo gregoriano pero diferente al Dórico.

Mientras el modo Dórico nos lleva al misterio, tal vez por el Dies Irae… La realidad de la muerte, la oscuridad de las viejas catedrales, la gravedad de los obispos y sacerdotes de antaño, la sangre de los mártires… El modo mixolidio es en general alegre. Según la teoría de los afectos en el canto gregoriano que me han enseñado en la Schola en la que estoy, el modo VIII sería solemne; pero según otra lectura de los modos, simboliza el día después de séptimo, es decir, el tiempo que sucede al fin de los tiempos, la otra vida. Qué me evoca a mí… Seguro es sesgo de cinéfila, tal vez lo asocio con una película antigua, pero me hace pensar por un lado en los primeros cristianos. Después de todo, el Mixolidio es Mayor pero sin tónica, es armonioso pero con un toque bárbaro. Y muy contradictoriamente, me suena también angélico, de otro mundo, y puede ser por lo mismo, por la falta de lógica tonal, pero también creo que es porque ese Sol mayor fuerte se ve respaldado por un Fa Mayor fuerte que de alguna forma no le quita protagonismo, aún teniendo el mismo peso armónico. Es como «El Señor está con nosotros», y eso no es decir cualquier cosa. Y si ese Fa lo armonizamos con Re menor, ahí está el sabor grave de la Iglesia grandiosa sobre la cual no prevalecerán las puertas del infierno.

He grabado el Kyrie y el Sanctus de la Misa I, el ordinario que se canta en la Pascua. El Kyrie está en un modo VIII que comienza atrayéndonos a Do, aterrizado, que tiene lugar en la vida cotidiana, pero luego se va abriendo a la maravilla cuando hace la transición a Sol mixolidio. El Sanctus está en modo IV, pero continua esta idea mixolidia, alternándola con el cambio de centro gravitacional a Do, que yo armonicé con La menor.

En conclusión: Los modos griegos que se suelen estudiar en la Academia no cuadran exactamente con los modos gregorianos, pero si podemos distinguir los colores y matices que dan, y servirnos de encontrarlos para solfear y armonizar mejor las piezas gregorianas; pero en últimas para interpretarlo más acorde al afecto que quiere transmitir.

Patrones dentro y fuera de la música.

El otro día estaba practicando en el piano, y mi repertorio de piano solo consiste en piezas que me he aprendido a lo largo de mi formación, desde el colegio a la universidad, en materias como Piano complementario. Estaba tocando una de esas piezas, que realmente son sencillas y muy especiales, cuando se me ocurrió que podría enseñársela a unos estudiantes que son hermanitos y que rondan los 7 y 9 años. Comencé a fantasear con mucho entusiasmo, pero al rato ya estaba aterrizando a la realidad: No están listos para una pieza así, y no por falta de habilidad o talento, sino por cuestiones de falta de lectura.

Como cada estudiante, que tiene sus peculiaridades, a este par de niños les ha costado muy específicamente la lectura de las partituras, y no quisiera ponerme a explicar porqué creo que es así… El punto es que, tratando de optimizar y sacar más resultados, he optado por ponerles canciones y piezas que tienen motivos que se repiten mucho: de aquí el título de esta entrada. Les he puesto piezas de melodía y acompañamiento, y ellos fácilmente se aprender el arpegio o ritmo monótono del acompañamiento, y a la memoria queda la responsabilidad de aprenderse el sonsonete de la melodía, que les queda fácil porque tienen buena disposición para la música. En cambio, la pieza que quería ponerles tiene distintas secciones con diferentes centros tonales, estilos de acompañamiento, y los motivos se repiten pero después de tramos más largos de música.

Por otro lado, le estaba aconsejando a una amiga el otro día que estudiara más las escalas para que algunos pasajes de la música que estamos cantando no le costaran tanto, una convicción de la que hablo en esta otra entrada:

Le explicaba a ella que es más fácil solfear cuando uno lee estructuras en vez de mirar nota por nota, de nuevo identificando PATRONES. Mi esposo estaba presente y nos hizo caer en cuenta que para el canto gregoriano debe aplicarse el mismo principio, uno debe identificar los motivos que aparecen una y otra vez.

Es interesante porque la música siempre va a tener motivos y patrones (por lo menos toda la música que yo escucho e interpreto), pero no siempre al mismo nivel de complejidad, ni de una forma tan llana y evidente. Entonces me puse a pensar con qué imagen podría explicar estos niveles a mis estudiantes, y se me vino a la mente el crochet, mi bienamado hobby, y utilizaré fotos de cosas que he tejido. Tengan en cuenta los lectores que esta analogía no es perfecta ni mucho menos.

Uno puede tener un esquema limpio y evidente como rayas, zigzag, y esquemas de colores contrastantes, y para tejer estos esquemas, solo hay que estar atentos al principio y al final, porque es tejer de corrido cada línea. Este estilo sería el equivalente al acorde con la melodía: la melodía está clarísima, y la armonía la dan unos bloques en movimientos exactos y repetitivos, como en un vals o como un cantante rasgando una guitarra.

Luego tenemos los esquemas que se van construyendo de a poquitos, en los que hay que avanzar siguiendo instrucciones distintas para cada línea, en grupos de 4, 6 u 8 líneas. Solo hasta que uno ha terminado esas líneas, ve el motivo final, como en los cuadrados en crochet, los motivos tipo encaje, y otros que dan texturas interesantes. Esto equivaldría para mí a invenciones, fugas, piezas del Barroco, y piezas del Clasicismo.

Por ejemplo, el coro al que pertenezco es de canto gregoriano y música del Renacimiento, pero se nos pidió que montáramos una pieza de Haendel, el «Alleluia, Amen». De primerazo nos costó sacar las dos primeras páginas, no obstante, al pasarle una dos o tres lecturas a la pieza completa, entendimos cómo funcionaban los temas rítmicos que se repetían una y otra vez, y nos la aprendimos de memoria con relativa facilidad.

Por último, tenemos patrones más complejos como los de la técnica de mosaico, en los que para cada línea se sigue una cuadrícula minuciosamente, y el patrón toma forma lentamente… Digamos que no hablo tanto del resultado visual, como del proceso de construirlo: obligatoriamente toca LEER la guía, porque es imposible tejer intuitivamente cuando se está formando el primer motivo. La seguna repetición del motivo ya es mucho más fácil. En esta categoría entrarían el canto gregoriano y la polifonía del Renacimiento, por ejemplo, música para la cual hay que mantener los ojos en la partitura debido a que, aunque existe motivos, no es predecible siempre cuál va a venir.

Para mis estudiantes quisiera que empezaran a entrar en la segunda categoría… Pero es por eso que la lectura de la música es clave. Cuando la música es evidente y repetitiva, no hay nada que leer, pero tampoco mucho que entender, emociones profundas que comunicar, o habilidad para fomentar. En resumen, no es que haya mucha belleza, y lo digo yo que prefiero la simpleza a la compleijdad. La música que no es repetitiva en su mínima expresión cuenta con un «léxico» (por decirlo así) más amplio para expresar cosas, y hace mucho más placentera la experiencia de tocar o cantar.

Es exactamente como el ejercicio de aprender las letras, luego las palabras, y luego poder leer ideas e historias.

La dimensión filosófica del Canto Gregoriano

Este es un pasaje traducido por mí del libro Reflections on the Spirituality of Gregorian Chant de Dom Jacques Hourlier (1995, Paraclete Press), que reúne una serie de conferencias del autor. Es por eso que se siente tan espontáneo, o hablado.

«En este punto podríamos hablar largamente del adagio arte por el arte. Sin embargo, bastará decir que este cliché es radicalmente anti-artístico. Hay dos tipos de música: Una que hace al oyente esclavo de lo que escucha, y otra que hace al oyente libre. La primera «lanza un hechizo» sobre la naturaleza sensual del hombre; la segunda funciona a nivel espiritual. Recordemos por un momento las palabras de Gauguin: ‘el arte primitivo procede de la mente y hace uso de la naturaleza… La naturaleza degrada al artista dejándose adorar por él…’ .

El Canto Gregoriano hace exactamente lo contrario. Su estado predominante ha sido descrito como un «estado de exaltación calmado». Su carácter apaciguante y purificador es una especie de preparación moral, y su transparencia limpia la opacidad de las cosas materiales para abrir paso a los valores espirituales. El Papa Pío XII, al igual que otros Papas, elogiaba la santidad del Canto Gregoriano, pues con santidad se refería a esa ausencia de elementos externos y a la separación de lo profano a través de la total consagración a Dios. El arte verdadero revela una parte de la belleza de Dios, porque el hombre es creado a imagen y semejanza de Dios… El arte verdadero abre el camino a la región del misterio, no sólo porque abre el alma a misterios invisibles e inexplicables, sino porque hace estos misterios tangibles. El Canto Gregoriano es particularmente efectivo para tocar el «oído de nuestro corazón».

Uno de los secretos de la efectividad del Canto Gregoriano es que, en vez de intentar complacer al oyente, le habla de Dios. Las personas no se buscan a sí mismas en el Canto, buscan alcanzar a Dios, así que el arte musical es sometido a un último fin, que es la unión con Dios.

La relación recíproca entre el hombre y Dios

Después de demostrar que la música nos separa del mundo y de nuestro ser inferior, George Balàn declara que la música no es un fin en sí mismo, sino que nos dispone para la vida mística, es por eso que existe una semejanza con Cristo (esto aplica para la verdadera música, en oposición a la «anti-música», y por encima de todo al Canto Gregoriano).

La expresión «semejante a Cristo» genera la inquietud de si es posible que el Canto Gregoriano tenga o no una relación con el Verbo Eterno, o un valor de Encarnación como tal. Conocemos bien su conexión intrínseca con las Escrituras, y sabemos por lo tanto que habla de Dios, o más bien que Dios nos habla a través del Canto. Bàlan verifica entonces lo que A.D Sertillanges había expresado de una forma más general. ‘Qué honor’ dice, ‘que este arte esté tan incorporado con la vida del alma en Dios, con la vida de Dios en el alma’. Es por eso que el Canto Gregoriano se percibe más «místico» que otros tipos de música religiosa.

El Canto establece una conexión entre el hombre y Dios porque sugiere e interpreta realidades divinas, y porque inflama un amor desinteresado por estas realidades. Podemos citar a San Agustín:

«Cantare amantis est»

Cantar es propio de quien ama.

y podemos revertir la cita:

«Amare cantoris est»

Amar es propio de quien canta.

El lugar que tiene el amor en el Canto Gregoriano corresponde a la presencia del Espíritu Santo en el alma. ‘Si me dais paz, si me dais santa alegría, entonces el alma de tu esclavo estará llena de música,’ dice Gerson, un sentimiento compartido por Tomás de Kempis en su Imitación de Cristo.

El valor espiritual del Canto Gregoriano es determinado en grandísima medida por la experiencia religiosa del compositor, el cantor y el oyente. Adicionalmente, el Canto Gregoriano, más que otros estilos musicales, refleja las buenas cualidades del artista: Su talento artístico, ciertamente, pero también su riqueza espiritual, su estado de gracia y su santidad. Este ha sido comparado con el arte de pintar íconos, pues los temas ya están dados hasta el más mínimo detalle, lo cuál le deja espacio al artista únicamente para expresar, a través de sus habilidades, su alma y su vida interior.

Así que, para concluir, regresemos al aspecto litúrgico del Canto Gregoriano para notar lo perfectamente que encaja la parte vertical de la Liturgia. El hombre sirve de instrumento, pero es a la vez el beneficiario. Así como la Liturgia en sí misma, el Canto Gregoriano es ofrecido por Cristo Dios y hombre, a Dios Uno y Trino.»

INTERPRETAR la música

Mi canal de YouTube fue la plataforma para publicar mis canciones inicialmente, pero a medida que me he ido sumergiendo más y más en la Música Sacra y el Canto Gregoriano, he empezado a publicar piezas de este tipo de música.

En un principio hice cantos gregorianos a capella y unas cuantas piezas con órgano, apenas apto para liturgias reales, y utilicé esos videos como muestras para promocionarme como cantora litúrgica. Sin embargo, habiendo religiosos, monasterios y conventos, cantantes y productoras que hacen grabaciones de mejor calidad, y viendo que son muy pocas las misas que canto por fuera del coro en el que estoy, he optado más por experimentar.

En algunas piezas experimento con la forma de armonizar, tanto con la voz como con el teclado. Otras veces pruebo y mezclo samples, y un par de veces he hecho arreglos corales sobre cantos gregorianos, estos sí pensados para cantar en la liturgia. Fue hablando de estos arreglos que dos personas en momentos y lugares diferentes me preguntaron:

«¿y hacer eso si es permitido?»



Como si hubiera una especie de reglamento que implicara que las melodías gregorianas solo se pueden hacer como están escritas, a una sola voz.

Puede que haya escuelas musicológicas y corrientes dentro de la Iglesia que no solo defiendan esto, sino que insistan además en un estilo muy específico de interpretación de los neumas, es más, se puede ir tan profundo como se quiera. Pero esto es solo un blog personal, no una tesis de doctorado.

Yo sólo quiero decir que en la práctica, la música, TODA la música se toma y se transforma.

En la música no académica esto es clarísimo: Desde los standads de jazz, cuyas partituras sugieren una melodía y unos acordes, y el resto ya depende del intérprete, hasta la canción que suena en la radio y alguna adolescente prodigio se saca con ukulele. La música se transforma según el que la interprete, aún cuando se pretenda copiarla a la perfección, porque si es cantada, es imposible que la voz sea idéntica, a menos que hablemos de una proeza digna del circo.

Pero en la música clásica y académica también es así. El pianista puede sacar a la perfección la partitura: las notas están todas, también las dinámicas, el ritmo se acerca con mucha precisión al sugerido… Y al final, le va a sonar diferente a otro pianista que hace exactamente lo mismo. Yo no sé cuál sea la opinión general, pero a mí un instrumentista me gusta cuando su forma de interpretar la música conmueve, transmite algo muy específico.

Más aún, hoy en día se añade una cosa, y es que antaño la música perduraba si quedaba por escrito, y entre más detallada era la transcripción, más fácil era acercarse al mensaje exacto que el compositor quería comunicar, sin embargo, hoy tenemos LA GRABACIÓN. La grabación implica que existe la música como idea en el papel, una interpretación original a la cuál nos podemos remitir, y adicionalmente otras grabaciones de la misma idea pero con un resultado diferente por el simple hecho de tratarse de otros seres humanos.

Como quien dice: Si todas esas versiones son objetivamente agradables, ninguna tendría que ser la mejor de todas o la ideal. Mucha gente preferirá la canción original, pero otros preferiremos el cover hecho 20 años después (así me ha pasado). Es como ver el mismo objeto desde ángulos diferentes, cada músico saca a la luz una cualidad distinta de la pieza.

Ahora, las interpretaciones deben ser hechas con amor y cuidado. La música se debe estudiar y conocer bien, y uno la ama primero antes de interpretarla porque la ha comprendido. No se trata de volver profano algo sacro, o de buscar desafiar y romper estándares. Si hablo de mis interpretaciones, estoy segura de que Dios las pone en mi corazón, y en cierto modo, escucharlas es entrar en mi corazón.

Es por eso que EN LA PRÁCTICA, si con respeto, amor a lo sacro, a la Liturgia y a Dios, quiero encontrar mi forma de interpretar la música sacra y el canto gregoriano, no creo que haya ningún problema en seguir experimentando.

La evolución musical de mis Semanas Santas

Mientras la mayoría de las personas están pensando en descansar esta semana que comenzó, mis colegas cantantes litúrgicos y yo estamos pensando que descansamos de un trabajo para poder desgastarnos en otro muy pesado, pero reconfortante y único en el año. No sé si para ellos sea igual, pero yo siento que vivo para la Semana Santa, es mi momento favorito del Año litúrgico. La riqueza en cantidad y contenido de los cantos, la forma en que estos son parte integral de la liturgia que es tan bella… Pero esperen… Estoy hablando de la Misa Tridentina. La Semana Santa ha sido exaltada y vivida con fervor desde mi infancia, pero no siempre fue como la voy a cantar este año.

Desde niña pertenecí a un grupo apostólico juvenil del que mi mamá había sido miembro fundador, y apenas se enteraron allí de que mis hermanas y yo cantamos, nos pusieron a cantar las misas. Cada Semana Santa durante 10 años la pasé de retiro con este grupo, y cada día lo cantamos con guitarra, riffs de pop o rock y voz de pecho. Y cada año era difícil decidir qué cantar, porque a pesar de que conocíamos muchas canciones de parroquia, y teníamos un cancionero «litúrgico», eran contadas las letras de canciones que se ajustasen a los momentos tan sublimes que conmemoramos. Pero tampoco era que nos importara tanto… Entonces terminábamos cantando las mismas dos canciones y el mismo «ordinario» los 3 días. Quisiera agregar que todos los del grupo íbamos a las celebraciones con «pinta de retiro», es decir ropa cómoda como jeans, pantalones de tela gruesa, chaquetas de sudadera, y así… Sin arreglarnos ni un poquito.

Luego falleció el sacerdote que nos dirigía, y no hubo cómo continuar el movimiento, que de por sí llevaba agonizando los últimos 3 años. Muy oportunamente conocí a mi actual esposo en ese momento, y él me llevó al Coro Polifónico de la Catedral Primada de Colombia. En este coro canté por primera vez Canto gregoriano (la misa de Ángelis), y conocí cantos en español que de hecho eran traducciones de algunos de los propios en latín. El coro era de aficionados, y yo, como recién graduada de Canto jazz y composición contemporánea, no era diferente de los demás: Era muy vaga la idea que tenía de cómo colocar la voz para esa música más «clásica», y todo el repertorio me era nuevo, TODO, yo que llevaba 10 años cantando misas… Usábamos unas albas color beige, y esto obligaba a cuidar la forma de vestir: debíamos llevar la parte de arriba blanca o beige, y la parte de abajo negra, sobretodo los zapatos. De repente, el día en el que más elegante me vestía era el domingo, y así ha sido desde entonces.

Después llegó el tiempo de Philokalia, un coro que formamos con amigos del barrio que tenían inquietudes espirituales similares a nosotros, porque para este punto, ya conocíamos la misa tradicional, pero mientras a mí me daba igual, mi novio (esposo) ya había quedado flechado por siempre y no se aguantaba una misa «normal». Estos amigos habían tenido la oportunidad de aprender más sobre Canto gregoriano, y conocían algún repertorio de lo que llaman Música Antigua. Con apenas nociones de las cosas, nos lanzamos a sacar partes del propio en gregoriano y polifonías del Renacimiento para la misa del Jueves Santo de 2017, el año que estuvimos juntos. Era la misa normal (novus) de una parroquia, y trabajamos muy duro para cubrir todos los momentos con la mayor solemnidad posible. Por primera vez la Semana Santa se sentía grave, misteriosa, SANTA, y me sentí verdaderamente útil, parte de algo más grande. Desafortunadamente nos separamos por cuestiones de miseria humana.

En 2018 cantamos Jueves y Viernes Santo con organista y coro de solistas, también misa Novus Ordo, con un sentimiento similar.

Pero no fue hasta 2019 que entendí el asunto del Propio (seguro mis amigos ya entendían, y mi esposo definitivamente lo comprendía). Es decir que para cada día del Triduo y del año, los cantos ya están dados, con textos que hacen parte integral de la Liturgia. Entendí esto en la Schola gregoriana de mujeres a la que ingresé, pero con la cual preparábamos un concierto con la Semana Santa como tema. Los propios que preparaba con ellas no los canté en la Semana Santa real de ese año, solo algunos y en polifonía, en obras corales grandiosas post-románticas y contemporáneas que combinaban perfectamente con la atmósfera decimonónica de la Catedral, pues de nuevo habíamos regresado a ella, esta vez como parte de la Capella, el coro semi-profesional.

Pero la pandemia acabó con la Capella, y nos vimos huérfanos, viendo la Semana Santa por transmisión de YouTube, pero no Novus Ordo, en Misa Tridentina. Como ya estábamos casados con mi esposo, leíamos el misal juntos y cantábamos los propios y ordinarios. Perseveramos en escuchar solamente la Misa Tridentina, y en luego asistir, hasta que nos invitaron a hacer parte del coro de la Capilla de la misa tradicional, y ahí estamos. Es impresionante la cantidad de momentos que se deben cantar cada día del Triduo, lo bien escogidos que están los textos, y la sensibilidad de las musicalizaciones, tanto en polifonía como en canto llano. En esta misa todo invita al recogimiento normalmente, pero en Semana Santa se me traspasa el corazón con Jesús y María Santísima, y me dan deseos fervientes de cambiar, de mejorar, de corresponder a ese Sacrificio tan enorme y sublime. Me dan ganas de Cielo.

Ahorita estuve separando las pintas para cada día de esta semana, porque tienen que ser mis mejores galas (pero con las que pueda andar cómoda en Transmilenio, claro).

El Canto Gregoriano

Escribí este artículo hace poco más de 2 años, cuando aún no cantaba la Misa Tridentina. En ese momento no tenía que cantar los propios de las misas como ahora.

Supe que el canto gregoriano existía porque a mi papá le regalaron un CD con covers «al estilo gregoriano» de canciones populares de rock. Estos «covers» no eran más que las canciones cantadas por un grupo de hombres de una manera plana, sin articulación ni vibratto y al unísono. Luego lo estudié en la universidad en uno de los módulos de Historia de la Música, y no sólo no entendí nada, sino que no le puse interés dado que para completar, la literatura en la que se basó el profesor estaba en inglés. 


Quién iba a pensar que unos años después el Canto Gregoriano iba a ser un pilar importante en el ejercicio mi carrera. 

Cuando conocí la música sacra (el cuento más repetido de este blog), de entrada venía ahí el gregoriano, y una vez entendí a grandes rasgos la notación, tuve que apurarme a cantarlo porque era necesario y el director no se podía detener a explicarle uno nada. Se trataba de un coro grande de aficionados así que cantábamos despacio y más o menos con métrica las melodías gregorianas. En Inglaterra, en el coro de la parroquia, lo experimenté de la misma forma. 


Luego volví al país y entré a un coro de cámara que unos amigos habían formado. Hacíamos música antigua, es decir cantos medievales, polifonía del Renacimiento y Canto Gregoriano. De todo el repertorio, lo que menos me gustaba, sin disgustarme, era el Canto Gregoriano, y como un compañero lo conocía mejor que yo, él ponía el criterio de interpretación. No obstante, ese criterio que se nos antojaba un poco aleatorio, no nos convencía a varios de los integrantes, y por eso tratamos de estudiarlo. En el curso de este estudio entendí mejor algunas cosas, pero se me escapaba la esencia de la interpretación, nunca nos quedó claro cuál era la forma correcta de cantarlo. Ese desacuerdo junto con otros problemas socavó mi relación con el coro, y terminé saliendo de ahí. Durante un año no canté nada del repertorio Gregoriano porque le había agarrado una especie de rencor. 


A principios de este año, mi concuñada me pidió que acompañara al coro gregoriano de mujeres que contrató para cantar su matrimonio, y lo hice para complacerla. No del todo convencida y sin verdadera pasión entré al coro oficialmente después. Hace poco escribí aquí acerca de cómo debo restringir mi voz cantando con ellas. También en la Capella Cathedralis, la otra agrupación a la que pertenezco, hicimos la otra vez el Te Deum gregoriano. 


Lo que no vi venir es que con la pertenencia al coro de mujeres, venían las clases teóricas que la directora, oficialmente formada en este asunto, dicta mensualmente. Con dos clases ha bastado para que se me despierte una auténtica pasión, claro, porque las clases no intentan abarcarlo todo como nuestro estudio con el otro coro, sino que toman elementos separadamente. Y es que el Canto Gregoriano es vastísimo y complejo, y las cosas no son blancas o negras, como alguna vez creí. 


Adicional a la fascinación por la historia y la teoría, ya le he cogido práctica a la interpretación de tanto cantarlo, ya entiendo la música, entiendo sus movimientos y dinámicas mucho mejor, y ahora lo escucho mientras lo canto y lo paladeo, lo disfruto. El efecto, siendo el Canto Gregoriano la música sacra más perfecta, es como de limpieza: Cuando practico sola o ensayo con el coro, siento que los cantos me lavan, son como agua cristalina que fluye y se lleva malos sentimientos.


Ahora quiero utilizar más los Cantos Gregorianos cuando tengo que cantar sola o con mi esposo, y ya no les temo, ni me causan aprehensión, nada. Quiero aprender más para hacerlo muy bien. Ha sido un viaje curioso.