La Pascua y el modo mixolidio en mi oído.

Cuando Alan Menken compuso la banda sonora de «El jorobado de Notre Dame» (1996), acertó al irse tras el estereotipo del modo Dórico para dar la sensación de Canto Gregoriano, de Iglesia medieval. Si no tuviera yo esta banda sonora en mi oído porque me encanta, no me habría sido tan fácil en un principio solfear el gregoriano. También me ayudaron los ejercicios de scat para jazz modal, que me imprimieron especialmente el modo Dórico en el oído.

Es que dentro de los modos gregorianos, el primero y el segundo se parecen al modo Dórico. Cuando solfeo los otros modos lo que hace mi cerebro es buscar un centro gravitacional, una tónica, y literalmente orbitar «tonalmente» hacia ella, así no sea la Finalis del modo (es decir la nota de la que parte). Siendo así, el modo III, que parte de Mi, lo leo como si fuera Fa mayor, y busco Mi como la sensible, el séptimo grado. Incluso el acompañamiento que se estila en la Capilla en la que canto, armonizaría estos Mi del tercer modo con el acorde de Do Mayor, erradicando cualquier sensación frigia que uno pudiera tener.

Sin embargo, no es tan así para los modos con énfasis en Sol, que son por excelencia los modos VII y VIII, y para el IV, que se sirve mucho de Sol en ocasiones. Estos tres modos han sido hasta ahora los modos de la Pascua. Usualmente en estos modos se hace mucho énfasis en el arpegio de Sol mayor (sol-si-re), sin resolver a Do, y alternan muchas veces también con el arpegio de Fa mayor (fa-la-do), por lo cuál es imposible no sentir el modo mixolidio. En el caso del modo IV hay un énfasis en Do en ocasiones, pero el mismo juego melódico que describí para los otros modos está también presente.

Pero es que además el modo Mixolidio es otro estereotipo gregoriano pero diferente al Dórico.

Mientras el modo Dórico nos lleva al misterio, tal vez por el Dies Irae… La realidad de la muerte, la oscuridad de las viejas catedrales, la gravedad de los obispos y sacerdotes de antaño, la sangre de los mártires… El modo mixolidio es en general alegre. Según la teoría de los afectos en el canto gregoriano que me han enseñado en la Schola en la que estoy, el modo VIII sería solemne; pero según otra lectura de los modos, simboliza el día después de séptimo, es decir, el tiempo que sucede al fin de los tiempos, la otra vida. Qué me evoca a mí… Seguro es sesgo de cinéfila, tal vez lo asocio con una película antigua, pero me hace pensar por un lado en los primeros cristianos. Después de todo, el Mixolidio es Mayor pero sin tónica, es armonioso pero con un toque bárbaro. Y muy contradictoriamente, me suena también angélico, de otro mundo, y puede ser por lo mismo, por la falta de lógica tonal, pero también creo que es porque ese Sol mayor fuerte se ve respaldado por un Fa Mayor fuerte que de alguna forma no le quita protagonismo, aún teniendo el mismo peso armónico. Es como «El Señor está con nosotros», y eso no es decir cualquier cosa. Y si ese Fa lo armonizamos con Re menor, ahí está el sabor grave de la Iglesia grandiosa sobre la cual no prevalecerán las puertas del infierno.

He grabado el Kyrie y el Sanctus de la Misa I, el ordinario que se canta en la Pascua. El Kyrie está en un modo VIII que comienza atrayéndonos a Do, aterrizado, que tiene lugar en la vida cotidiana, pero luego se va abriendo a la maravilla cuando hace la transición a Sol mixolidio. El Sanctus está en modo IV, pero continua esta idea mixolidia, alternándola con el cambio de centro gravitacional a Do, que yo armonicé con La menor.

En conclusión: Los modos griegos que se suelen estudiar en la Academia no cuadran exactamente con los modos gregorianos, pero si podemos distinguir los colores y matices que dan, y servirnos de encontrarlos para solfear y armonizar mejor las piezas gregorianas; pero en últimas para interpretarlo más acorde al afecto que quiere transmitir.

Patrones dentro y fuera de la música.

El otro día estaba practicando en el piano, y mi repertorio de piano solo consiste en piezas que me he aprendido a lo largo de mi formación, desde el colegio a la universidad, en materias como Piano complementario. Estaba tocando una de esas piezas, que realmente son sencillas y muy especiales, cuando se me ocurrió que podría enseñársela a unos estudiantes que son hermanitos y que rondan los 7 y 9 años. Comencé a fantasear con mucho entusiasmo, pero al rato ya estaba aterrizando a la realidad: No están listos para una pieza así, y no por falta de habilidad o talento, sino por cuestiones de falta de lectura.

Como cada estudiante, que tiene sus peculiaridades, a este par de niños les ha costado muy específicamente la lectura de las partituras, y no quisiera ponerme a explicar porqué creo que es así… El punto es que, tratando de optimizar y sacar más resultados, he optado por ponerles canciones y piezas que tienen motivos que se repiten mucho: de aquí el título de esta entrada. Les he puesto piezas de melodía y acompañamiento, y ellos fácilmente se aprender el arpegio o ritmo monótono del acompañamiento, y a la memoria queda la responsabilidad de aprenderse el sonsonete de la melodía, que les queda fácil porque tienen buena disposición para la música. En cambio, la pieza que quería ponerles tiene distintas secciones con diferentes centros tonales, estilos de acompañamiento, y los motivos se repiten pero después de tramos más largos de música.

Por otro lado, le estaba aconsejando a una amiga el otro día que estudiara más las escalas para que algunos pasajes de la música que estamos cantando no le costaran tanto, una convicción de la que hablo en esta otra entrada:

Le explicaba a ella que es más fácil solfear cuando uno lee estructuras en vez de mirar nota por nota, de nuevo identificando PATRONES. Mi esposo estaba presente y nos hizo caer en cuenta que para el canto gregoriano debe aplicarse el mismo principio, uno debe identificar los motivos que aparecen una y otra vez.

Es interesante porque la música siempre va a tener motivos y patrones (por lo menos toda la música que yo escucho e interpreto), pero no siempre al mismo nivel de complejidad, ni de una forma tan llana y evidente. Entonces me puse a pensar con qué imagen podría explicar estos niveles a mis estudiantes, y se me vino a la mente el crochet, mi bienamado hobby, y utilizaré fotos de cosas que he tejido. Tengan en cuenta los lectores que esta analogía no es perfecta ni mucho menos.

Uno puede tener un esquema limpio y evidente como rayas, zigzag, y esquemas de colores contrastantes, y para tejer estos esquemas, solo hay que estar atentos al principio y al final, porque es tejer de corrido cada línea. Este estilo sería el equivalente al acorde con la melodía: la melodía está clarísima, y la armonía la dan unos bloques en movimientos exactos y repetitivos, como en un vals o como un cantante rasgando una guitarra.

Luego tenemos los esquemas que se van construyendo de a poquitos, en los que hay que avanzar siguiendo instrucciones distintas para cada línea, en grupos de 4, 6 u 8 líneas. Solo hasta que uno ha terminado esas líneas, ve el motivo final, como en los cuadrados en crochet, los motivos tipo encaje, y otros que dan texturas interesantes. Esto equivaldría para mí a invenciones, fugas, piezas del Barroco, y piezas del Clasicismo.

Por ejemplo, el coro al que pertenezco es de canto gregoriano y música del Renacimiento, pero se nos pidió que montáramos una pieza de Haendel, el «Alleluia, Amen». De primerazo nos costó sacar las dos primeras páginas, no obstante, al pasarle una dos o tres lecturas a la pieza completa, entendimos cómo funcionaban los temas rítmicos que se repetían una y otra vez, y nos la aprendimos de memoria con relativa facilidad.

Por último, tenemos patrones más complejos como los de la técnica de mosaico, en los que para cada línea se sigue una cuadrícula minuciosamente, y el patrón toma forma lentamente… Digamos que no hablo tanto del resultado visual, como del proceso de construirlo: obligatoriamente toca LEER la guía, porque es imposible tejer intuitivamente cuando se está formando el primer motivo. La seguna repetición del motivo ya es mucho más fácil. En esta categoría entrarían el canto gregoriano y la polifonía del Renacimiento, por ejemplo, música para la cual hay que mantener los ojos en la partitura debido a que, aunque existe motivos, no es predecible siempre cuál va a venir.

Para mis estudiantes quisiera que empezaran a entrar en la segunda categoría… Pero es por eso que la lectura de la música es clave. Cuando la música es evidente y repetitiva, no hay nada que leer, pero tampoco mucho que entender, emociones profundas que comunicar, o habilidad para fomentar. En resumen, no es que haya mucha belleza, y lo digo yo que prefiero la simpleza a la compleijdad. La música que no es repetitiva en su mínima expresión cuenta con un «léxico» (por decirlo así) más amplio para expresar cosas, y hace mucho más placentera la experiencia de tocar o cantar.

Es exactamente como el ejercicio de aprender las letras, luego las palabras, y luego poder leer ideas e historias.

La armonía como resultado y no como punto de partida

Uno de los conocimientos más importantes adquiridos en mi formación musical ha sido la teoría de las funciones armónicas: Tónica, Subdominante y Dominante, y todo lo que de allí se derive. Me resulta tan lógico y tan fácil distinguir las funciones con el oído para encontrar la dirección de la música, que lo utilizo para todo, incluso para solfear Canto Gregoriano, así no sea tonal sino modal. Sin mencionar que para cantar en coro me ayuda muchísimo: Yo soy soprano, y por lo general canto la melodía de las piezas, pero en los ensayos ayudo mucho a los bajos con su voz porque su línea es la que indica el movimiento de la armonía en cuestión de funciones.

También aprendí a armonizar según las funciones los consabidos corales de las clases de armonía, y a sacar el acompañamiento de las canciones que suenan en la radio en un minuto. Incluso así es como componía al principio: buscaba una progresión de acordes que me gustara y de ahí sacaba la melodía.

Pero el primer sábado de este mes asistí a un taller impartido por la Capella Pratensis, una capella de los Países Bajos que se dedica a interpretar música de los siglos XV y XVI; en el que, no sólo leímos una pieza polifónica directamente de una foto del manuscrito original, sino que probamos algunas técnicas de dichos siglos para armonizar canto llano. Estas técnicas incluían recursos como cantar una quinta arriba, o una tercera abajo, y añadir cadencias.

El lunes siguiente, cuando tuve el tiempo, abrí mi Musecore, busqué cualquier antífona y probé las técnicas. Luego, para refrescar el asunto de las cadencias, me remití a este video:

Me di cuenta de que estaba haciendo algo que ya sabía hacer, con la teoría del bajo cifrado, pero desde un enfoque completamente horizontal, melódico. Es decir, ya no estaba pensado en la música como bloques, sino como líneas superpuestas, y al armonizar así, la progresión que resulte será un mero accidente…

No sé, para mi cerebro de este siglo, criado con guitarras, y Música ligera, esto no tiene precedente.

Cuando escucho una melodía, o la compongo, debajo siempre escucho la armonía, me es muy difícil no hacerlo (otra cosa es aterrizarla y escribirla, que puede tomar más tiempo). Nunca se me habría ocurrido ir voz por voz, juntar todo y luego ver qué resulta.

Pero esperen… Aunque ahora que lo pienso, eso es el CONTRAPUNTO.

El contrapunto, esa parte de la teoría musical que nos vendían como un conjunto de reglas estrictas e injustificadas irremediablemente amarradas y limitadas a una época… Pero cómo se enriquecerían el oído, la interpretación y la composición de pensar más en los juegos entre las voces…

Gracias a la bellísima polifonía del Renacimiento y a los duetos para tenor y soprano o soprano y alto, pensar más horizontalmente es algo que ya he comenzado a hacer, ya empiezo a ver más cómo líneas bellas y complejas por sí mismas interactúan sin necesidad de servir a un acorde o progresión. Eso sí, jamás descartaré mi oído de funciones, porque me parece que ambos enfoques se complementan.

A veces pienso que contemplar una pieza musical sabiendo el orden y el arte que sirven a que sea tan sublime, ya es razón suficiente para vivir.