Acerca de la música

Escribí este artículo en el 2015, recién había empezado mi travesía con la música sacra.

Mi profesión es Músico. Estudié música en la universidad, con énfasis en Canto popular y en Composición. El programa de canto popular se basa en el blues y en el jazz, por lo tanto los géneros americanos son los que dominé mejor. En composición la inclinación es marcadamente contemporánea: me formaron en medios electrónicos y en otros recursos muy nuevos como la atonalidad y el indeterminismo.


Debo decir que a pesar de que mi personalidad es muy peculiar, muy característicamente mía, siempre tuve problemas con algo a lo que llamaré Identidad Musical. La música fue tremendamente importante para mí desde muy niña, mostré talento desde muy pequeña, como suele pasar en este oficio. Sin embargo, toda la música era tan hermosa que no vi la necesidad de discriminar. Toda en absoluto merecía de mi atención. La música que escuchaba mi papá me encantaba, luego un par de artistas y bandas de la radio, luego la música de mis películas favoritas de Disney. Me interesaba por tres o cuatro canciones de las que no salía durante un mes. 


Durante mi solitaria adolescencia compré algunos álbumes de Pop latino y rock británico. Canté bastante en el colegio: hice parte del Coro en primaria, y en bachillerato pertenecí a la Orquesta tropical y a la Estudiantina. La música popular era tan amplia y tan rica, que con ella tenía suficiente. A los 14 años comencé a tomar clases de técnica vocal, y a los 16 comencé con el piano. Canté muchísimos géneros distintos, siempre me las arreglaba para adaptarme a los estilos, como un pequeño camaleón vocal. 
Desafortunadamente para mi en ese tiempo, mi voz tiene algo muy propio que no se puede adaptar a muchos géneros por más que intente: es muy dulce y alegre. Tuve que renunciar a mi amado rock, pues jamás funcionaría. Conocí el reggae, y con el reggae comenzó una tendencia a la que quiero renunciar por completo. Mi primer novio escuchaba todo el tiempo reggae, era su vida. Desde antes de ser novios, cantaba yo en una banda con él. Mi estilo de vestir y de pensar se transformó para combinar y encajar ahí. Después entré a la universidad y fui buena estudiante, pero repetí ese comportamiento con los novios que le siguieron a este. Estuve de novia de un par de rockeros de estilos muy distintos, escuché bastante música académica contemporánea, y finalmente me dejé conquistar por ella y quise aportar entrando al énfasis de composición.


A pesar de que disfrutaba la música, no conseguía componer, no encontraba un alimento del que pudiese salir un producto original. Encontré un poco de consuelo con el folk americano, y la música andina colombiana, incluso con el rock británico de siempre. La música contemporánea jamás me fluyó con naturalidad, y me gradué forzando la creatividad, con una sensación de profundo hastío, casi odio, hacia toda la música. Ah, y sin novio.


Así me encontró mi novio actual. Ya no quería dedicarme a la música cuando nos conocimos, quería estudiar periodismo cultural, para poder disfrutar de espectáculos de los que ya no iba a participar de ninguna manera. Pero bueno, paralelo a la historia de amor, comenzó un viaje musical. Él me llevó al Coro de la Catedral, donde soy soprano.


Ay… La música sacra. Ojalá la hubiese conocido mucho antes. La música sacra no implica un estilo de vestir, ni mucho menos. Quien se cree el asunto, el estilo de vida, es equivalente a un Católico militante. Llegar a cantar Gregoriano, corales barrocos y corales románticos no es sencillo para quien improvisa blues, pero la pequeña camaleona vocal aceptó el desafío. Varias veces me tropecé cuando empecé a cantar en la Catedral. Muchas veces me dije que no servía para ese tipo de canto. Es muy difícil desaprender y remplazar una manera de hacer con otra, pero lo he ido logrando y ahora soy soprano solista. 


La música sacra, fuera de la Misa, me causaba una sensación extraña, a pesar de que en la Misa me fascinaba; pero mi rock y mi folk tampoco me satisfacían, ni me daban ganas de escucharlos, contadas eran las canciones que podía aguantar. Comprendí que la música sacra me enfrentaba con la pobreza de mi espiritualidad, me enfrentaba con mi espiritualidad. Resalto que fue la música sacra de verdad, para órgano y coro, no lo que se canta en las parroquias con guitarra y hasta batería. Eso nunca me gustó, ni un poquito.


Me dediqué a crecer espiritualmente dentro del proceso de conversión que comencé, y dejé a un lado lo de la identidad musical. Hace poco sentí deseos de componer un Ordinario para el Coro de la Catedral. No me presentó mayor dificultad, pero aún me falta el Gloria. Providencialmente fui a un concierto en el que unos coros cantaron el Gloria de Vivaldi y el de John Rutter. Aquella noche me acosté extasiada, profundamente feliz. Desperté a la mañana siguiente con la convicción de que la música es el lenguaje de los ángeles. 


El lenguaje de los ángeles… Hoy creo firmemente que debe haber una música exclusiva de los templos, y los estilos del mundo han de quedarse afuera. La música que nos confronta con la gloria de Dios, con su Palabra, con la Eucaristía, con nuestro propio interior, debe estar bien diferenciada del resto. Como compositora veo que lo más lógico y dignificante para hacer es componer Música Sacra. Es una tarea demandante y maravillosa, de estudiar y crecer, nada fácil ni de tomar a la ligera. Lo mejor que puedo hacer con mi profesión es componer y cantar esta música, difundirla, estudiarla y hacer que se estudie como un tesoro, no como algo obsoleto o que reprime.
No me imaginaba que en vez de encontrar mi identidad musical, lo que encontraría sería el servicio para el que fui requerida, servir desde mi talento a la RAZÓN DE MI VIDA.