Sigamos celebrando los décimos aniversarios, porque el 2014 fue un año decisivo para mí. La foto somos nosotros hace 10 años.
Les contaba en la entrada pasada que ese año me gradué de la universidad. A pesar de que siempre fui buena estudiante, y de que ahora puedo confirmar que estuvo bien haber estudiado canto y composición, esa no era la percepción que tenía al final de mi carrera. Me gradué muy enferma, por el esfuerzo tan tremendo que fue para mí la tesis, y en cierto modo enojada con mi carrera. Los detalles los explico mejor en este video que grabé hace 6 años:
En fin… En esa actitud de tedio y mala salud, decidí inscribirme en los Talleres de Oración y Vida de mi parroquia, porque siempre he amado mi religión Católica, a pesar de que durante mis años universitarios la practiqué muy pobremente, y fui en contra de sus principios. Los talleres renovaron mi vida de oración y encendieron en mi el don de la Piedad de nuevo; y al mes de haber empezado los talleres me invitaron al grupo juvenil de la parroquia. Las primeras veces que fui me enteré de la existencia de Arturo porque me dijeron que él era «prácticamente un padre», un sacerdote, pero me lo dijeron para darme a entender que molestaba mucho con la exactitud de las cosas, y esas veces él no asisitió. Sin embargo, por su descripción física sabía de quién se podría tratar, de un muchacho que yo tenía visto porque era muy alto y le colaboraba mucho al párroco.
Pero adelantemos un poco la película. Nos conocimos en Marzo de 2014, y yo desde el principio quedé fascinada por su apariencia, inteligencia y sentido del humor, y como íbamos juntos a cantar al coro (al que él me había invitado) dos veces por semana, pudimos conversar mucho y conocernos bien, hasta que, dos meses después de conocernos, nos hicimos novios.
Viéndolo con 10 años de distancia, puedo ver que la ruptura con mi anterior mundo fue clarísima: Ahora pasaba casi todo mi tiempo con Arturo, en la parroquia o en la Catedral, y poco a poco fui dejando a un lado mis ambientes de la universidad. Sin embargo, he reflexionado bastante acerca de lo mucho que me aislé de esos ambientes y amigos, sin terminar de concluir si fue un error o no, porque ahora no tengo mucho contactos en mi campo… No obstante, estar con Arturo NO era simplemente hablar casualmente de nosotros, y nuestra relación NO implicaba tener citas románticas y hablar de nuestro día y de cuánto nos queríamos.
Si el Taller me había infundido el don de Piedad, lo primero que me golpeó como un vendaval que arrastra fue lo fuertes que son el don de Sabiduría y Entendimiento en Arturo. Era impresionante como comprendía la doctrina de la Iglesia, los pasajes de la Biblia, pero sobretodo, cómo leía y me explicaba esta época que estamos viviendo a la luz de la fe. Sin meterme en teorías conspiranoicas me iba contando cómo funcionaban las revoluciones, cómo al que busca el bien siempre se le persigue y cómo esa es la dinámica del mundo, cómo seguir a Cristo nos libera, pero no hace desterrados… Y yo fui entendiendo porqué ser tibia me hacía tanto mal, y también entendí que si quería ir tras la santidad, siempre iba a chocar con mi carne y con el mundo, pero que eso era lo más normal, pues este no es el Cielo.
Es decir, estábamos juntos, pero estar juntos significaba practicar de verdad nuestra fe. Y a mí, que soy tan sensible, me afectó mucho saber lo mal que estaba yo, y lo mal que estaba todo. Por un lado sentí un alivio tremendo, pero por el otro no quería saber nada que no fuera de la fe. Esa fue la razón de irme alejando de todo lo que no tuviera que ver, es decir, mi vida anterior.
Desde entonces, dirán algunos que soy otra persona, pero yo les respondería que ahora sí soy yo misma. Cuando recuerdo mis tiempos de la universidad, los tiempos pre-Arturo, todo me parece incierto, quería encajar, pero nunca lo hacía por completo… Tenía la responsabilidad de justificar todo lo que hacía, de yo misma darle sentido, pero la mayoría del tiempo nada tenía un sentido de suficiente peso. Tal vez es una tentación el pensar que perdí oportunidades por alejarme así del gremio de los músicos, porque tengo plena confianza es que Nuestro Señor me tiene exactamente donde me quiere.
Y bueno, después de pasar situaciones difíciles, como el desempleo y problemas con nuestras familias, y más recientemente la imposibilidad de tener hijos; puedo decirles desde el corazón que Arturo y yo somos felices porque nunca hemos sido los dos solos, somos los dos juntos para Dios, y de paso Él nos mima y alienta, al ser mi esposo el mejor amigo que podríamos haber deseado, y una persona a la cuál admirar.