Una audición, una misa, y un sano amor propio.

Junio fue un mes con muchas pruebas para mí, tanto que hace mucho no tenía que luchar tanto contra la melancolía para sentarme a escribir, sin embargo vengo a relatar esas pruebas porque puede ser de utilidad, en primer lugar para mí misma.

Empecemos con el contexto: Desde el 2020 mi vida profesional consiste en darle a mi trabajo estable de clases de inglés un tercio de mi día,y de resto en cantar las misas en la Capilla a la que pertenezco, ensayar con mis grupos y dictar clases de música, sobretodo a niños, pero también a adultos. Sin embargo, una oportunidad de entrar a un coro profesional de una orquesta sinfónica se presentó, con un sueldo que dobla el que me gano dando clases de inglés. No solo me sentía completamente capaz de pasar los filtros, sino que estaba muy entusiasmada porque iba a aprender y crecer mucho cantando con profesionales como yo, algo a lo que no estoy muy acostumbrada porque me veo rodeada de personas que aman la música, pero que no son cantantes profesionales. El primer filtro era la hoja de vida, y lo pasé sin mucho esfuerzo porque soy cantante certificada por una universidad y tengo bastante experiencia cantando en coros, así que llegaba el momento de preparar la audición.

La audición constaba de tres partes: Cantar un aria antigua, cantar una de las piezas que ellos nos habían pedido que preparáramos, y hacer una prueba de lectura a primera vista. Estudié mucho las piezas, pero ya montando el repertorio me enfrenté con algunas falencias técnicas que tengo. Llegó el día de la audición, y los turnos estaban tan atrasados que pasé dos horas más tarde de la hora que me asignaron. En esas dos horas de espera pude ver cómo se preparaban las otras aspirantes, cómo calentaban la voz y cantaban, escuché con cuánta anticipación se habían preparado y cómo el repertorio clásico y romántico de las piezas les era muy familiar… Yo nunca había soñado con cantar esas cosas… Pasé del jazz al Canto Gregoriano; de «la guitarra, batería y bajo» al órgano… En fin, la verdad nunca se me hubiera ocurrido que iba a cantar Verdi o Rossini en la vida. Aunque no me sentía exactamente nerviosa o mal, me sentía pasmada, en una especie de limbo emocional en que el que no tenía control de mi mente o de mi cuerpo, mi mente estaba nublada, mi cuerpo helado y pesado. Así entré a la audición y tristemente no tuve voz… No me salía… Y después de que en principio no me salió, volví en mí para sentir una ansiedad terrible y un deseo muy fuerte de salir huyendo. Pero me quedé para en últimas fallar todas las pruebas, excepto la de primera vista que de algún modo saqué adelante.

Salí llorando, obviamente. La humillación no fue poca porque ví con mis propios ojos la decepción y el hastío en los rostros de los jurados.

Lo bueno es que al día siguiente me veía obligada a seguir con mi atareada vida de actividades diversas que me permiten despejar la mente. Pero cuando tuve ensayo y quise cantar, me sentía muy mal, me sentía incapaz, que no doy a la altura. Para colmo venía una misa que teníamos que cantar solo mi esposo y yo.

Ensayamos mucho y había además repertorio que nos sabíamos de memoria, así que llegó la hora de la misa. Al principio la voz me temblaba, no lograba ponerla en su lugar y me sentía muy nerviosa y conciente de mis debilidades, pero a medida que fue pasando cada parte de la misa empecé a relajarme y a disfrutar de la música, porque la misa me daba algo que la audición no podía darme: tiempo para recuperarme y una nueva oportunidad en cada parte de la misa. Además yo no era el centro de atención ni mucho menos, los feligreses nisiquiera podían verme.

Estas dos experiencias me confrontaron mucho con mi propia introversión. Hace años me sirvió muchísimo entender que la introversión es un rasgo de mi personalidad, así como el de mucha gente como mi esposo y algunos familiares, que no es necesariamente un defecto, y que viene desde la química del cerebro. Como he ido tanto a psicoterapia en mi vida, digamos que aprendí a manejar mi introversión bastante bien, sobretodo para sobrevivir en las situaciones sociales. Pero claro, hay un aspecto de la introversión en el que hace mucho no pensaba, que es la fácil y mayor sensibilidad a los estímulos externos. Mi conciencia del ambiente y los pequeños detalles de la espera y la misma audición era tan grande, que no podía concentrarme y regresar a conectarme conmigo. En la misa pasó lo contrario, aunque de golpe comencé así, como fuera de mí, tuve tiempo de recuperarme a medida que pasaban los distintos momentos.

Es que después de años de timidez, ya tengo identificado que para mí los nervios suponen eso, salirme de mí, no estar en control de mi mente o de mi cuerpo… Como si soltara el timón y los pedales del carro. Pero también sé que supero los nervios cuando repito una y otra vez la misma experiencia y poco a poco voy ganando el control, poco a poco. Es muy raro que yo me apropie de algo a la primera. Tal vez la segunda o tercera audición que haga sea exitosa, sin embargo, viéndolo con distancia, tal vez ese repertorio no era lo mío, y el trabajo me habría quitado tiempo para mi sinte, mi gregoriano, y mis estudiantes.

Y a pesar de todo, AMO los rasgos de mi introversión: amo mi capacidad para hacer cosas que a otros les parecen aburridas o de mucha paciencia, amo mi introspección, mi capacidad para abstraer, y aún más, si no sintiera y percibiera tanto no podría escribir poemas ni canciones, ni escribir este blog.

¿Cómo trabaja con ustedes su melancolía?

Publicado por

lauraceballosflrez

Soy compositora y soprano. Actualmente me dedico a cantar en ensambles vocales de música sacra, y a dictar clases particulares de canto, solfeo y piano. Me encanta leer, escribir, y el crochet.

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